La historia de bitcoin ya la hemos visto antes




En la década de 1920, un agricultor de cítricos de Florida llamado William Howey encontró una manera de recaudar dinero de inversionistas. Les vendería franjas de tierra de sus huertos y cuidaría los árboles en su nombre, entregándoles una parte de los beneficios después de la cosecha. La transacción se presentó como una venta ordinaria de una propiedad, pero para fines prácticos, los compradores se habían convertido en accionistas de su granja. Tras la muerte de Howey en 1938, la recién creada Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC) solicitó una orden judicial contra su compañía para detener las ventas. En 1946, la Suprema Corte dictaminó que los contratos de Howey deberían haberse registrado en la SEC como valores, es decir, acciones.

La corte dijo que lo que importaba era el contenido de una transacción, no su forma. Si camina como un pato y grazna como un pato, es un pato. Recuérdalo la próxima vez que un farolero intente deslumbrarte con una historia complicada sobre las criptomonedas. Cuando se trata de entender nuevas tecnologías, concéntrate en lo que hacen, no en cómo lo hacen.

Los gobiernos y los formuladores de políticas, al igual que los inversionistas, han batallado para entender las criptomonedas. Las vicisitudes del bitcoin y otros activos digitales pueden hacer que los especuladores ganen y pierdan fortunas.


“Realmente no veo cuál es el verdadero valor subyacente de algunas de estas criptomonedas en la práctica”, dijo el 22 de febrero el presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, William Dudley. Yves Mersch, miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo, las comparó, en un discurso el 8 de febrero, con “el fuego fatuo, una criatura maligna que moraba en los pantanos” y atraía a los viajeros a su muerte prematura y una tumba acuática.

Aquí es donde la historia puede servir de guía. El dinero virtual puede ser nuevo, pero el dinero en sí mismo es tan antiguo como la civilización. Se presenta en forma de abalorios, cebada, tabaco, conchas de cauri e incluso discos de piedra, como la gran piedra rai de la isla de Yap en el Pacífico Sur. La experiencia con otros tipos de moneda sugiere que la volatilidad en el valor de las criptomonedas puede ser incurable, algo que podría ser un defecto fatal para su uso como medio de intercambio.

Jesús Fernández-Villaverde, economista de la Universidad de Pennsylvania, se considera un escéptico de la criptomoneda. Asegura que la profusión actual de tokens con nombres exóticos (se han emitido más de mil 500) se parece al apogeo en el siglo XIX de la “banca libre”, cuando los bancos comerciales privados emitían su propia moneda, una práctica que se dio en países como Australia, Suecia, Suiza, Reino Unido y Estados Unidos. En Escocia, la era de la banca libre duró más de un siglo hasta que fue suprimida por el Parlamento británico en 1845. Durante ese tiempo, Escocia pasó de pobre a casi tan rica como Inglaterra.

Sin embargo, hay una diferencia crucial entre aquel tiempo y ahora, advierte Fernández-Villaverde, y no tiene nada que ver con la computación de alta velocidad. La diferencia es que la oferta de las monedas podía controlarse. Los bancos escoceses tenían un fuerte incentivo para ganarse la confianza del público en la estabilidad de sus monedas y ajustaron su oferta a la demanda. En cambio, el atractivo libertario de las criptomonedas es que no pueden ser controladas por nadie, ni siquiera por sus emisores.

No hay nada ni nadie que ancle su valor. Es cierto que hay un tope en la cantidad de bitcoins que pueden crearse, su número es finito, lo que se supone que lo protege de la hiperinflación, pero los caóticos altibajos en su precio muestran que es vulnerable a la inflación y la deflación especulativas.

Otro ilustrativo precedente para las criptomonedas es la famosa historia de la Capitol Hill Babysitting Cooperative, fundada a fines de la década de 1950. La cooperativa usaba cupones (dinero privado) para que unos padres pagaran a otros a cambio de cuidar a sus hijos, esos cupones se ganaban vigilando a los hijos de otros miembros. Es similar a la forma en que los “mineros” crean y ganan bitcoins utilizando computadoras. La cooperativa entró en crisis en la década de 1970 porque las familias acumulaban cupones para asegurarse de poder pagar un niñero o niñera cuando lo necesitaran. Pero resurgió cuando la cooperativa imprimió más cupones para eliminar el incentivo de acumular. Las criptomonedas son igualmente vulnerables al desequilibrio del mercado, excepto que no hay margen para una intervención beneficiosa que iguale la oferta y la demanda, como ocurre con una moneda convencional administrada por un banco central competente, dice Fernández-Villaverde.

Hasta ahora, esto ha girado en torno a las criptomonedas como dinero, pero muchos de los tokens no están destinados a usarse ​​como alternativa a los dólares, euros o yenes. Tienen funciones más limitadas para empresas digitales de propósito específico. Las personas que las compran están apostando a que las empresas emisoras tendrán éxito. En otras palabras, como en el caso de los huertos de naranjos de William Howey, los compradores están adquiriendo una parte de un negocio. Dado que lo importante es el contenido y no la forma, parecería que estas ofertas iniciales de monedas deberían registrarse como valores y regularse en consecuencia. El presidente de la SEC, Jay Clayton, argumentó justamente eso el año pasado, citando el caso de la Suprema Corte. “Llamar simplemente a algo ‘divisa’ o un producto basado en divisas no significa que no sea un título de valor”, escribió en una declaración el 11 de diciembre.

En algunos círculos persiste la visión romántica de que las criptomonedas son la vanguardia de una nueva era en la que los gobiernos son cada vez menos importantes. ¿Órganos legislativos? No hacen falta. ¿Tribunales?, ¿para qué molestarse con ellos cuando cada contrato puede registrarse de manera indeleble en la cadena de bloques o blockchain, el libro digital que hace posible las criptomonedas? Bueno, claro, excepto que la humanidad ha tratado de crear desde siempre un registro irrecusable e irreprochable, con un éxito limitado. Ya en el año 2 mil 340 antes de Cristo, el rey de Ebla, en la actual Siria, envió una carta diplomática al rey de Hamazi que era como una cadena de bloques, según un artículo publicado en 2017 en la revista Ledger por Chris Berg, un becario postdoctoral de la Universidad RMIT en Melbourne. “Tanto los protocolos de blockchain como los protocolos diplomáticos elevan los costos del comportamiento oportunista a través de una combinación de un registro permanente de las transacciones pasadas, verificación ritual y pública de las transacciones y mecanismos de reciprocidad de la teoría de juegos”, escribió Berg.

Tal vez la tecnología blockchain es realmente un registro infalible de transacciones y promesas, como afirman sus partidarios. Pero la experiencia nos ha enseñado que es imposible hacer algo infalible porque el ingenio siempre descubre el error. Como hacen los ladrones. Y no importa qué tan sólido sea el contrato que escribas, las personas encontrarán la manera de renegociar.

Hay incluso un término, “hard fork”, para las modificaciones que se hacen para solucionar un problema cuando el sistema que supuestamente está en piloto automático no evoluciona de la manera que se quiere debido a un error de programación, un hackeo o a que alguien cambió de parecer.

Que me perdonen los libertarios y anarquistas, la mejor esperanza para las criptomonedas es una regulación fuerte que genere confianza pública al eliminar a los maleantes y los pretenciosos. En 1970, el economista George Akerlof publicó un artículo titulado The Market for “Lemons” (El mercado de “limones”) que explicaba cómo el mercado de los autos usados ​​colapsaría si la gente no puede distinguir qué automóviles son de mala calidad. Temerosos de ser engañados, no pagarán mucho por ninguno, como resultado los vendedores sacarán del mercado los vehículos buenos, dejando solo los malos (los limones) en el lote. La regulación sirve, por lo tanto, al interés de los legítimos concesionarios de autos usados ​​y también de los emisores legítimos de criptomonedas. Para citar a Eclesiastés: “No hay nada nuevo bajo el sol”.

Fuente : http://www.elfinanciero.com.mx/bloomberg-businessweek/la-historia-de-bitcoin-ya-la-hemos-visto-antes


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